Dejarse amar, hacerse amar, amarse forma parte de la misma embrollada madeja. Tan ofuscados estamos descubriendo nuestros sentimientos que cultivamos poco el amor. Al final, de tanto estar perdidos se nos escapa la vida sin ser conscientes de por qué, cuánto y cómo amamos. Escépticos, acabamos mirando la madeja, pensando que sólo era una trampa, un cruel galimatías sin solución; es en ese instante cuando saboreamos los dulces momentos que nos llenaron de amor, tan sencillos y cercanos como el aire que respiramos, y comprendemos que desde un principio eso era todo. (Álvarez-Casas, 2006).
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